Revista Comarcal

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La ilusión de un día de verano

Pasó el Pilar y pasaron Los Santos, festividad ésta última que este año se convirtió en radical fielato del paso del otoño al invierno, permitiendo fotografiar los coloridos bosques otoñales a los bastantes visitantes que se acercaron a la Montaña con motivo del puente y que tuvieron la ocasión de ver la transición otoño-invernal en una sola noche, la del sábado al domingo, en la que los vientos en forma de vendaval retiraron buena parte de las hojas pendientes de caer, acostándose el sábado en otoño y levantándose el domingo en invierno. Así de radical se mostró este año la llegada del invierno en la Montaña.

Pues bien, de la misma forma y casi por las mismas fechas, la realidad también aterrizó de golpe sobre estas montañas. Incontables casas echaron el cierre por temporada, con ese lúgubre tablón sobre la zona baja de las puertas a modo de protección para las nevadas más abundantes y cuya imagen golpea a los ojos recordándonos la escasa intención de sus habitantes de volver a abrir la vivienda durante el período invernal. Un golpe que nos devuelve cabizbajos a nuestra realidad: en invierno quedamos cuatro gatos.

Atrás quedan las fiestas, ahora ya siempre veraniegas y en fin de semana, no vaya a ser.., como atrás queda la actividad durante los largos días estivales. Delante solo queda ese baño de realidad que todos conocemos y para el que estamos preparados, tanto física como mentalmente pero que, año tras año, algunos factores "colaterales" se encargan de agravar convirtiéndose en protagonistas indeseados. Se trata de los cortes de luz, de teléfono, de Internet, de las penalidades viarias que provocan que los esforzados carteros, médicos, panaderos, repartidores, transportes o trabajadores en general, no puedan cumplir con su labor, normalizando un poco el período invernal en la Montaña.

Sabemos lo que supone la nieve, las heladas y el invierno en general, pero vivimos en el siglo XXI y multitud de lugares en el planeta, con similar grado de desarrollo, se desenvuelven en esas condiciones de forma casi permanente, adaptando las infraestructuras a las condiciones en las que tienen que funcionar.

El despoblamiento ha entrado fuerte en el debate político, pero es nuestra responsabilidad el que no se quede en un mero ejercicio de futilidad y sin medidas de calado si no queremos ser meros espectadores del proceso de despoblación que sufre la Montaña y que ya ha asolado otras zonas, próximas o lejanas.

Debemos reaccionar de alguna manera para evitar que nuestro derecho a ser una comunidad rural con visos de futuro se convierta simplemente en la ilusión de un día de verano. No es fácil, cualquiera lo sabe, pero fijar objetivos realistas a corto, medio y largo plazo puede ser un buen comienzo.