Revista Comarcal

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A las urnas otra vez

La vida política en la Montaña viene teniendo una cadencia de unos cuarenta meses de críticas, hastío, apatía o desasosiego salpicados por unos seis de tranquilidad velada y culminados por otros dos meses de campaña, vilipendios y maniobras de cocina, mientras que apenas hay un día de supuesta reflexión (ja, ja) y medio día para el ejercicio de la responsabilidad en lo que permanecen abiertos los colegios electorales, para... volver a repetir el ciclo de nuevo. No es cosa mía, me han sacado el tema en varias parroquias entre cortos, claretes o verdejos.

Este es el juego que nos ha llevado hasta donde estamos y con el que deberíamos estar contentos porque se trata de la santa voluntad mayoritaria reflejada en escrutinio legalizado, pese a lo cual, no se recuerdan períodos recientes de satisfacción colectiva sostenidos en los que el progreso, el incremento del número de vecinos y el avance social fuesen los protagonistas, como mucho, alguna temporada de optimismo mal repartido provocado por espejismos imposibles tipo macroestación de San Glorio, con el desenlace que todos conocemos.

Las señales están ahí y todo apunta a que es posible que no sepamos jugar a ésto, que no hemos entendido bien la mecánica o quizás que no aceptamos de buen grado el fruto de nuestro propio sufragio, quizá porque esperábamos cosas que nadie nos dijo que iba a hacer o que eran imposibles de mano.

Un voto a una candidatura es un trato: yo te voto y tu haces lo que dices que vas a hacer y si no se cumple lo hablado el trato está roto y ningún tratante volvería a cerrar tratos con alguien que falta a su palabra, si bien también podemos considerar grados parciales en la consecución de objetivos o verdadero empeño en lograrlos.

Hablamos de utilizar algún criterio, no del “yo voto a los míos y punto”, pues ya no estamos para zarandajas, en serio.

Con el declive demográfico que padecemos, una sombra se cierne sobre nuestras numerosas cumbres y escasos habitantes en forma de fecha de caducidad como comarca real. Combatir esta circunstancia debería ser prioritario, tanto en la oferta electoral de los candidatos como en las exigencias de los votantes y resulta llamativa la escasez, cuando no ausencia, de propuestas concretas al respecto en los presuntos programas electorales.

Las elecciones en sí mismas no son la solución completa a nada, todos lo sabemos y hasta es posible que diese más resultado llegar a un acuerdo entre todos para dejar las urnas vacías de forma activa, pero también es cierto que nos sirven para conocer el camino que queremos seguir, si el que nos ha ido llevando a esta situación o algún otro alternativo con el que explorar nuevas opciones, como ciertamente ya ocurrió en algunos municipios en las últimas elecciones.

Nosotros mismos.